Buenas,
este domingo la liturgia nos presenta la tercera de las apariciones de Jesus resucitado. Tiene lugar en un marco elegido por Jesus tantas veces, en el lago de Tiberiades o mar de Galilea. El lugar de trabajo de sus apóstoles, el lugar donde los invita a ser pescadores de hombres, el lugar donde les animó a perder el miedo ante la tempestad como símbolo de las dificultades de la vida o donde ante la falta de pesca les llama a remar mar adentro, a nuestro interior, nuestro corazón donde El habita y nos espera.
En esta ocasión tampoco había pesca pero el Señor se presenta para que sigamos echando las redes donde El indica, a la derecha de la barca porque si seguimos su Palabra, sus indicaciones, tarde o temprano habrá fruto y resultados. Sin El nada podemos, con El todo es posible. Juan, el discípulo amado, será el primero en reconocerle: «Es el Señor». Hace falta la fe de Juan, la visión de un corazón enamorado como el suyo para verle, para darse cuenta de su presencia.
La reacción de Pedro es inmediata, lo deja todo y salta a encontrarse con El. Todo queda ya en un segundo plano, incluida la red llena de peces. Jesus lo llena todo, lo es todo. Pero Jesus le va a pedir una triple confesión de amor. Es la misma confesión que nos pide a nosotros. También a nosotros nos lo pregunta varias veces como a Pedro porque también nosotros le hemos podido negar con acciones u omisiones o con nuestro alejamiento de El cuando nos olvidamos de su presencia o no somos ejemplo o testimonio de nada.
Pedro, Juan, María, Antonio, Carmen…¿me amas más que estos? Pues si me amas, apacienta mis ovejas. La confesión de amor va con la respuesta de la misión. Si es verdad que me amas, demuéstramelo no con palabras sino con obras. El amor conlleva esa misión de llevar el amor y la esperanza que la vida de Cristo resucitado nos da a manos llenas. «Lo que has recibido gratis, dalo gratis»
Feliz semana y un abrazo, Paco
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del Señor